mentiras piadosas

sí, ya sé:
hubieras preferido que mostrara
mi costado atravesado;
que levantara para vos
la mano izquierda, abriendo el puño,
dejando ver mi corazón,
y también que te pidiera
que tuvieras la amabilidad,
la gentileza de arreglarlo.

sé que hubieras preferido
mis lágrimas idiotas,
que hubieras preferido
oir mi voz, que cambia
y que se arrastra
cuando desperdicio todo el llanto
y me atraganto
con los mocos, los recuerdos
que no paran de venir
si te muestro cómo estoy,
intentando apenas sonreir,
apaleado, herido,
atolondrado.

vos querés que yo te diga
que todo el tiempo
lo pasé como la mierda,
que pateé por calles
de barrios que nunca conocí,
querés que diga que me hundí
tantas veces
como fue posible hundirme,
querés que diga
que pensé en nosotros diez mil veces,
y que tenés razón,
que fui yo el de los errores,
y que está bien si jugás a lastimarme,
si te vas y no volvés,
si jugás a no dejar que yo te alcance.

sabés? ya no.
no voy a decir nada de eso.
tenés que comprender que yo estoy bien,
que superé la distancia y la agonía,
que estoy convaleciente, como está
quien se va recuperando día a día;
que olvidé las cosas que decías
cuando eras de verdad, y prometías
para nosotros cielo y tierra,
y los cuerpos de los dos eran la guerra;
que olvidé cómo era
tocarte con el alma por las noches,
o sentarme
a imaginar el párrafo mejor,
el que no te voy a escribir más
porque ya no tengo ganas de encontrarte,
escaparme, cuando sueño, a estar con vos;
que ni siquiera puedo imaginarte.

mejor no digo más.
el octavo mandamiento de la iglesia
me inyectó el prurito: ‘no mentir’,
y te dije que estoy bien,
que estoy fantástico.
no quiero fallar a mi buen dios
y sin embargo, ya lo ves,
estoy mintiendo demasiado.