Los tengo aquí,
en la punta de la lengua,
en el anverso de todo aquello
que dejé de ser
o que no fui,
en la alfombra roja y rota
de lo que hubo de ser el paladar,
en los conductos destrozados y marchitos
que hoy constituyen las arterias,
en el diafragma, escatimando
la respiración.
En el lóbulo frontal,
blanco amarillento, o parduzco,
dejando en libertad
cualquier freno inhibitorio.
En la sangre,
reseca en la cabeza;
en los sueños pretéritos
pluscuamimperfectos,
en la tráquea irritada;
en el esófago,
que ya supura ardor.
En el estómago y las tripas,
quemados por tantos antibióticos
al pedo.
En los miedos,
recurrentes como los sueños
que visité.
En la misma negación
y en el sentir la desorientación
formar parte de la vida.
En las piernas,
pálidas, delgadas,
en los tobillos al borde de la inacción.
En los dedos de los pies,
cada vez más congelados.
En el pene, en el recto y en el ano.
En la piel y en el ardor.
En el fluido seminal,
probablemente ya inservible.
En esos gritos dados,
casi siempre por la madrugada.
En los brazos,
cubiertos de pinchazos.
Sangre.
Sangre.
Laboratorios. Extremaunción.
Los tengo aquí.
Aquí están las ansiedades
y los fieros días idos.
Aquí estoy yo.
Recuerdo que morí, una o dos veces,
pero realmente no estoy
tan tan seguro.
Deberías contarme vos.