Desde la oquedad
de mi caja torácica,
dos pasos a la izquierda
y tres escalones hacia abajo,
allá, donde la pleura le pone
límites a mi diafragma,
una sucesión de infiernos y
uno,
dos,
tres millones de ardores
son ya la necesidad de agua.
Y allá, donde la pleura ha roto aguas
y las aguas se estancaron,
se ha formado una sustancia gris,
que puede ser pus,
o puede ser tejido vivo,
o pueden ser mil llagas.
Allá, en donde las costillas flotan,
me he asegurado el dolor,
las ansiedades;
días y días dormido
mirándome mirar la nada
chocándose de frente con mi vida;
mirar, mirando el vacío,
mirándome mirar la muerte,
y decir «no es tiempo todavía».
Mirándome mirarme regresar.
Allá, en donde la locura se ha aquietado,
en donde aquellos fieros
días idos ya son alma,
una isquemia
pequeña, justo detrás
del parietal derecho, dice «BASTA».
Incendiar el mundo no es preciso.
Tragar el mar de un sorbo
no te va a traer la calma
Uno,
dos,
tres millones
de golpes al rostro de la muerte
no son heorismo.
Hoy, la valentía ya no es nada.